Recoged esta voz (spanish)
Ghater this voice (english)
Recoged esta voz
I
Naciones de la tierra, patrias del mar, hermanos
del mundo y de la nada:
habitantes perdidos y lejanos
más que del corazón, de la mirada.
Aquí tengo una voz enardecida,
aquí tengo un vida combatida y airada,
aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida.
Abierto estoy, mirad, como una herida.
Hundido estoy, mirad, estoy hundido
en medio de mi pueblo y de sus males.
Herido voy, herido y malherido,
sangrando por trincheras y hospitales.
Hombres, mundos, naciones,
atended, escuchad mi sangrante sonido,
recoged mis latidos de quebranto
en vuestros espaciosos corazones,
porque yo empuño el alma cuando canto.
Cantando me defiendo
y defiendo mi pueblo cuando en mi pueblo imprimen
su herradura de pólvora y estruendo
los bárbaros del crimen.
Esta es su obra, esta:
pasan, arrasan como torbellinos,
y son ante su cólera funesta
armas los horizontes y muerte los caminos.
El llanto que por valles y balcones se vierte,
en las piedras diluvia y en las piedras trabaja,
y no hay espacio para tanta muerte,
y no hay madera para tanta caja.
Caravanas de cuerpos abatidos.
Todo vendajes, penas y pañuelos:
todo camillas donde a los heridos
se les quiebran las fuerzas y los vuelos.
Sangre, sangre por árboles y suelos,
sangre por aguas, sangre por paredes.
y un temor de que España se desplome
del peso de la sangre que moja entre sus redes
hasta el pan que se come.
Recoged este viento,
naciones, hombres, mundos,
que parte de las bocas de conmovido aliento
y de los hospitales moribundos.
Aplicad las orejas
a mi clamor de pueblo atropellado,
al ¡ay! de tantas madres, a las quejas
de tanto ser luciente que el luto ha devorado.
Los pechos que empujaban y herían las montañas,
vedlos desfallecidos sin leche ni hermosura,
y ved las blancas novias y las negras pestañas
caídas y sumidas en una siesta oscura.
Aplicad la pasión de las entrañas
a este pueblo que muere con un gesto invencible
sembrado por los labios y la frente,
bajo los implacables aeroplanos
que arrebatan terrible,
terrible, ignominiosa, diariamente,
a las madres los hijos de las manos.
Ciudades de trabajo y de inocencia,
juventudes que brotan de la encina,
troncos de bronce, cuerpos de potencia
yacen precipitados en la ruina.
Un porvenir de polvo se avecina,
se avecina un suceso
en que no quedará ninguna cosa:
ni piedra sobre piedra ni hueso sobre hueso.
España no es España, que es una inmensa fosa,
que es un gran cementerio rojo y bombardeado:
los bárbaros la quieren de este modo.
Será la tierra un denso corazón desolado,
si vosotros, naciones, hombres, mundos,
con mi pueblo del todo
y vuestro pueblo encima del costado,
no quebráis los colmillos iracundos.
II
Pero no lo será: que un mar piafante,
triunfante siempre, siempre decidido,
hecho para la luz, para la hazaña,
agita su cabeza de rebelde diamante,
bate su pie calzado en el sonido
por todos los cadáveres de España.
Es una juventud: recoged este viento.
Su sangre es el cristal que no se empaña,
su sombrero el laurel y su pedernal su aliento.
Donde clava la fuerza de sus dientes
brota un volcán de diáfanas espadas,
y sus hombros batientes,
y sus talones guían llamaradas.
Está compuesta de hombres del trabajo:
de herreros rojos, de albos albañiles,
de yunteros con rostro de cosechas.
Oceánicamente transcurren por debajo
de un fragor de sirenas y herramientas fabriles
y de gigantes arcos alumbrados con flechas.
A pesar de la muerte, estos varones
con metal y relámpagos igual que los escudos,
hacen retroceder a los cañones
acobardados, temblorosos, mudos.
El polvo no los puede y hacen del polvo fuego,
savia, explosión, verdura repentina:
con su poder de abril apasionado
precipitan el alma del espliego,
el parto de la mina,
el fértil movimiento del arado.
Ellos harán de cada ruina un prado,
de cada pena un fruto de alegría,
de España un firmamento de hermosura.
Vedlos agigantar el mediodía
y hermosearlo todo con su joven bravura.
Se merecen la espuma de los truenos,
se merecen la vida y el olor del olivo,
los españoles amplios y serenos
que mueven la mirada como un pájaro altivo.
Naciones, hombres, mundos, esto escribo:
la juventud de España saldrá de las trincheras
de pie, invencible como la semilla,
pues tiene un alma llena de banderas
que jamás se somete ni arrodilla.
Allá van por los yermos de Castilla
los cuerpos que parecen potros batalladores,
toros de victorioso desenlace,
diciéndose en su sangre de generosas flores
que morir es la cosa más grande que se hace.
Quedarán en el tiempo vencedores,
siempre de sol y majestad cubiertos,
los guerreros de huesos tan gallardos
que si son muertos son gallardos muertos:
la juventud que a España salvará, aunque tuviera
que combatir con un fusil de nardos
y una espada de cera.
Miguel Hernández
Viento del pueblo (1936-1937)
Ghater this voice
I
Nations of the earth, fatherlands of the sea, brothers of the
world and of nothingness:
inhabitants, lost and farther
from sight than the heart.
Here I have a voice impassioned,
here I have a life embattled and angered,
here I have a rumor, but here I have a life.
I am open, look, like a wound.
I am drowned, look, drowned
in the midst of my people and their ills.
I go wounded, wounded and maimed,
bleeding through trenches and hospitals.
Men, worlds, nations,
pay heed, listen to my bleeding cry,
gather mybreaking heartbeats
into your spacious hearts,
because I clutch the soul when I sing.
Singing I defend myself
and I defend my people when the barbarians
of this crime would stamp them
with their hooves of gunpowder and clamor.
This is their work, this:
passing, razing like whirlwinds,
and before their dismal bile
the horizons are armsand the roads are death.
The lament pouring through valley and balconies,
deluges the stones and works in the stones,
and there is no room for so much death
and there is no wood for so many coffins.
Caravans of beaten-down bodies.
All is bandages, pain, and handkerchiefs,
all is stretchers on which the wounded
have broken their strength and their wings.
Blood, blood through the trees and the soil,
blood in the waters and on the walls,
and a fear that Spain will collapse
from the weight of the blood which soaks through her meshes
right to the bread which is eaten.
Gather together this gale,
nations, men, worlds,
which proceeds from the mouths of theimpassioned breath
and from hospitals of the dying.
Apply your ears
to my clamor of a violated people,
to the oh! of so many mothers, to the groans
of many a lucid being whom grief devoured.
The breasts which drove and wounded the mountains
see them languish without milkor beauty,
and see the white sweethearts and the black eyelashes
fallen and submissive in an obscure siesta.
Apply the passion of your entrails
to this people which dies with an invincible gesture
scattered by the lips and the brow,
beneath the implacable airplanes
which snatch terribly,
terribly ignominiously, every day,
sons from the hands of their mothers.
Cities of the world and innocence,
youths who blossom from the oak,
trunks of bronze, bodies of potency,
lie fallen into ruin.
A future of dust advances,
a fate advances
in which nothing will remain:
not stone on stone nor bone on bone.
Spain is not Spain, it is an immense trench,
a vast cemetery red and bombarded:
the barbarians have willed it so.
The earth will be a dense heart, desolated,
if you, nations, men, worlds,
with the whole of my people,
and yours as well on your side,
do not break the ferocious fangs.
II
But that won’t be: for a stomping sea,
triumphant always, always resolute,
made for the light, for heroic exploit,
shakes its head of rebellious diamond,
pounds its shod foot on the sound
for all the cadavers of Spain.
It’s a generation of youth: gather this wind.
Their blood is the glass that never fogs;
their hat, the laurel; and the flint, their life’s breath.
Wherever they clench their teeth,
a volcano of transparent swords erupts,
their shoulders swinging,
their heels shooting flames.
It’s composed of men who work:
of red blacksmiths, white stonemasons,
plowmen with harvest faces.
Sea-like they pass time beneath
a din of sirens and manufacturing tools
and gigantic arcs illuminated by arrows.
Despite death, these good men,
with metal and lightning like shields,
make the cannons retreat
intimidated, trembling, silenced.
Gunpowder was powerless against them, they made fire from it,
sap, explosion, sudden greens:
with the power of their impassioned flower of youth
they quickened the soul of the lavender,
the product of the mine,
the fertile movement of the plough.
They will make a meadow from each ruin;
out of each sorrow, a fruit of happiness;
out of Spain, a firmament of beauty.
Look at them making the midday gigantic
and beautiful with their youthful bravery.
They deserve the foam of thunderclaps,
they deserve life and the scent of the olive tree,
these ample and serene Spaniards
who glance about like a proud bird.
Nations, men, world, this I write:
the youth of Spain will leave the trenches
on foot, invincible like the seed,
for they have a soul filled with banners
that never submits nor falls to its knees.
There over the barren plains of Castile travel
these bodies that seem to be battling colts,
bulls of victorious outcome,
expressing with their blood of generous flowers
that dying is the greatest thing one can do.
In time they will be left the victors,
forever covered in sun and majesty,
these warriors of such gallant bones,
for if they’re dead men, they’re gallant dead men:
these youths will save Spain, even if they have
to fight with rifles of jasmine
and a shotgun of wax.
Miguel Hernández
People’s Wind (1936-1937)